Especial fiestas del Pilar 2022: El último ascensorista regresa a su 'hogar'

2022-10-15 21:53:33 By : Mr. Wekin Cai

José Antonio Latre, ya jubilado, es la historia viva del elevador de la torre de la basílica en el que trabajó cuatro décadas.

Todavía hay algunos visitantes que nos preguntan por el ascensorista de toda la vida". Lo dice Jorge Caseres, un venezolano de orígenes ansotanos que estos días acompaña a quienes suben a lo más alto de la torre del Pilar de San Francisco de Borja. Es el mayor halago que se le puede hacer a José Antonio Latre, el último ascensorista en la plantilla del Cabildo Metropolitano. Es de Pinseque y tiene 75 años. Entró a trabajar un domingo 10 de enero de 1971 y se prejubiló, con 63 años, cuando se sustituyó la máquina construida por Giesa en 1967 por el nuevo elevador acristalado y panorámico de la empresa finlandesa Kone en 2011. Durante dos meses aún tuvo la oportunidad de trabajar en la nueva cabina en la que suben actualmente a las alturas, a 80 metros del suelo, más de 100.000 personas al año.

Latre vuelve por un rato al que fue su ‘hogar’ laboral durante unos 40 años. Rememora la antigua cabina en la que pasaba horas y horas. Se llevó la placa en la que figuraba la fecha de construcción del elevador y el pequeño ventilador rojo que le ayudaba a sobrellevar el calor entre las cuatro paredes. "También tenía una banqueta de bar, que me dio el dueño de El Supremo y que me servía para esperar a la gente sentado dentro y, al mismo tiempo, para que los visitantes no se apelotonaran junto al sitio donde tenía que darle al botón", cuenta de aquella época. La radio siempre encendida era su fiel compañera y el ‘walkie-talkie’ el teléfono móvil.

Jorge Caseres y Nuria Alba, de la empresa que gestiona este y otros espacios de la basílica, hacen este día su turno en el ascensor. Cuentan con una oficina acristalada y cámaras de seguridad. "Yo tenía entonces un cuarto de obra en el que entraba aire y frío, me traje una estufa", relata. Junto a la actual maquinaria se conservan los dos motores que transformaban la corriente y el motor motriz que movía las poleas.

Tras un ascenso de 62 metros en 20 segundos, se llega a dos tramos de escalera, con unos 101 peldaños, y una estancia de descanso antes de pisar el mirador superior que se encuentra a unos 80 metros. Un cartel advierte en español e inglés que no se recomienda a personas con dificultades respiratorias, lesiones, movilidad reducida, embarazadas en estado avanzado, bebés, niños que no anden y, en general, gente que padezca claustrofobia o vértigo. Para que nadie se lleve a engaño. Cuando comenzó costaba un duro y ascendía en dos minutos. Ahora, la entrada general vale cuatro euros y tres para residentes, jóvenes y grupos.

"Desde aquí he visto crecer Zaragoza, desde cuando pasaba el tren por delante y las filas de vehículos en la carretera de Huesca con la barrera, al crecimiento del Actur y los cambios que trajo la Expo". Desde esta atalaya sabe cuál es el mejor encuadre fotográfico, es capaz de predecir el tiempo y se queda con dos momentos: el atardecer y cuando hay "una boira de la que sobresalen las torres de las iglesias". Uno de sus hijos le ayudó en unas fiestas del Pilar "porque quería que supiera lo que es trabajar como yo lo hacía".

Anécdotas le sobran. Su favorita es la de la madre que venía de Madrid y el hijo de Sevilla que se encontraron por sorpresa en la puerta. O ese día agosto en que casi se queda a dormir dentro porque el ascensor se colgó a última hora. ¿Lo echa de menos? "Después de muchos años soy capaz de pasear por la ribera sin volver a mirarme la torre". Los ojos aún se le empañan pensando que vienen los días de más trabajo. Quizás haya otra pedida de mano o se cante alguna jota. No será la primera ni la última vez.

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