Víctor Manuel teatral, esforzado, sufrido y creíble | El Correo

2022-09-11 17:42:00 By : Ms. May Xie

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El domingo, segundo de los ocho días de conciertos institucionales de la Semana Grande, a las 11.30 de la noche el programa oficial planteaba tres propuestas estéticamente conservadoras y de fondo progre: en La Pérgola el transformista Anakoz Merikaetxebarria, con quien coincidimos en el ascensor saliendo a última hora de la fiesta del estreno de 'The Hole' en la terraza del Euskalduna, destapaba su show bautizado 'Diskoeuphoria'; en la Plaza Nueva llamaba la atención la música africana de la franco-camerunesa Valérie Ekoumé; y la convocatoria en teoría más transversal de la jornada, aunque entre el público abundó la gente mayor y apenas se vieron jóvenes, fue el concierto de Víctor Manuel, por el cual nos decantamos.

Acudimos con cierta inseguridad a Abandoibarra, donde se ocuparon todas las sillas y se llenó el espacio con más público que el sábado ante Mikel Urdangarin y la BOS. Dos temores nos flagelaban: que Víctor Manuel nos soltara el mitin y que Víctor Manuel nos diera la tabarra en las presentaciones de las canciones. Pero no pasó ni lo uno ni lo otro, y es que su concierto de 28 canciones en 122 minutos (dos horas y dos minutos) cursó con agilidad y estuvo lleno de momentos paladeables y punteado por numerosos hitos variopintos. Incluso su parte 'acústica' (más bien con menos instrumentación y sin batería) no desentonó con el resto (al de una hora en este pasaje el cantautor se sentó un poco en un taburete). Ah, se puso a llover al final y el patio de butacas se revolucionó cuando arreció la intensidad, pero duró poco esta señal de lo que de pronostica para la Semana Grande, que vamos a tener que salir con paraguas.

Con buen sonido general y la colaboración de la pantalla gigante lateral, Víctor Manuel ofició en septeto, escoltado por músicos de relumbrón como el saxofonista bilbaíno Santi Ibarretxe o el baterista argentino Andrés Litwin, que ambos acompañan también a Ana Belén, la esposa de Víctor Manuel y la madre del teclista de la banda de ambos, su hijo David San José. Una banda que dio lustre arreglístico de muchas maneras aunque pensamos en lo peor al recibir la pachanga entre el folk metal y Serrat de la primera canción, 'Danza de San Juan', pachanga que también exudó el maestro en algún tema más, pero no resultó grave.

Las canciones cursaron variadas, numerosas se hallan impresas en la memoria colectiva (al menos de la franja de público de más edad), se sucedieron bien construidas y se basan en unas letras elaboradas y con un fondo y una longitud que no se dan hoy en día, y en la manera de interpretarlas de Víctor Manuel San José Sánchez (Mieres del Camino, Asturias, 75 años), quien parece que no canta sino que se lamenta con esfuerzo (incluso cuando habla de victorias), haciendo gala de una dicción teatral, sufrida y creíble que no se ha erosionado con el tiempo, pues como comentó una pareja al acabar el concierto, subiendo las escaleras del Guggenheim: «Mantiene la voz igual que cuando tenía 30 o 40 años».

Y con la banda al servicio del cancionero y el cantautor tan intergeneracional o longevo que llegó a presentarnos algunos títulos fechados en 1967 y en 1969 (ésta cifra para informar de que ese año actuó por primera vez en Bilbao, en la boite del Hotel Aránzazu), Víctor Manuel condujo un concierto dinámico en el que sus presentaciones estuvieron en su punto, no parecieron pesadas: nos habló de su padre en 'El hijo del ferroviario' (con poso rap); de su hija Marina, que le preguntó ya de mayor si había escrito alguna canción sobre ella, y a raíz de ello le compuso 'Nada nuevo bajo el sol'; de su madre que caminó de rodillas en 'La romería' a modo de agradecimiento por vencer un cáncer; y, claro, de 'El abuelo Víctor', el minero reservado al que le esconden el tabaco.

La gente que llenaba la explanada a veces sumaba sus coros de modo espontáneo al amplio repertorio de un Víctor Manuel que cantó de mitologías asturianas ('La sirena' y el otro momento pachanguero 'Cuélebre'), de la mera geografía de su patria chica ('Allá arriba al norte', 'Asturias'), de la 'Luna' (un reggae a lo Fisher Z), del deseo (inalcanzable por Brigitte Bardot en 'A dónde irán los besos', realizado en un 'Nada sabe tan dulce como su boca' que sonó a The Police caminando sobre la luna), sobre sus mensajes subliminales (instilándolos en 'Como voy a olvidarme', en 'Esto no es una canción'…) y sin olvidar la temática social con buenos desarrollos argumentales ('La planta 14', que fue una de las dos cimas de la cita con la serratiana y sensual 'Quiero abrazarte tanto').

Víctor Manuel vistió las canciones con jazz suave y sofisticado, rock ora transicional ora a lo Luz Casal, folk céltico-asturiano o el bolero sugerido con voz rota algo a lo Dyango. Y repasando las 28 canciones señalemos otras que destacaron sobremanera en un concierto que discurrió rápido hasta para quienes lo atendimos en pie: 'Bailarina' en modo fusión de pop progresivo, la antibelicista 'El cobarde' (compuesta en 1967 e inspirada en la guerra del Vietnam, una letra que se podría aplicar a los soldados de leva de Putin en Ucrania; «la canción que más disgustos me ha dado», dijo) o una efectista, por la instrumentación, 'Sólo pienso en ti', coreada y filmada con móviles por el gentío («la canción que más alegrías me ha dado, está inspirada en un residencia para discapacitados psíquicos no profundos ejemplar en 1978, en una pareja que se casó y tuvo tres hijos, dos universitarios y uno mecánico, hay historias con final feliz»).